La emboscada



La emboscada

La sala se encontraba en penumbra. Algún gemido ahogado, toses y suspiros, rompían la tranquilidad de la noche.

En las camas, dispuestas  en hilera, descansaban los cinco soldados.

Los largos visillos de los ventanales se balanceaban en  rítmicos movimientos. Alice, junto a su hermana Rose, se apresuraron a cerrar los postigos cuando oyeron, desde la sala contigua, el golpear de uno de los cristales.

Todo hacía presagiar que el sofocante calor sufrido a lo largo de la jornada daría paso a una tormenta. Y así fue. El primer trueno resonó en la distancia.

Alice empujó con suavidad el carrito de las medicinas. Se disponía a salir cuando le pareció escuchar un sollozo. Se dio la vuelta, aguzó el oído  y arrugó su pequeña nariz en busca de  algún movimiento en alguna de las camas. Le pareció que las sábanas de la última se agitaban por un momento. Sacó el carrito de la habitación y sin hacer el menor ruido atravesó de nuevo la sala.

Cuando alcanzó los pies de la cama el soldado se había dado la vuelta. Había dejado de sollozar, pero estaba claro que era él. Lo notó por el suspiro que exhaló a continuación.

Esperó. Al no ver movimiento alguno decidió marcharse. Justo entonces el bulto se movió y se dio la vuelta. Al ver a Alice junto a él se agitó.

Era el más joven de todos ellos. De los cinco soldados que estaban convalecientes, Oliver Green era el que había sufrido más daños.

Todos formaban parte de un escuadrón de la RAF. Aquella noche, hacía ahora una semana, un total de diez soldados fueron trasladados en una camioneta hacia Chipping Campden  donde les aguardaba su avión, un Submarine Spitfire, recién reparado.

Se habían adentrado en la campiña, dejando atrás Cheltenham. Los hombres permanecían en silencio, observando con tristeza las huellas de la guerra. Hacía tan solo  unas horas el ambiente era totalmente distinto. Las techumbres de algunos cottages humeaban, arrasados por el fuego enemigo.

El balido de unas ovejas les distrajo. Algunos de los hombres se afanaron por buscarlas sin éxito, cobijadas como estaban en los establos. Parecía imposible que en tan poco tiempo todo hubiera cambiado tanto.

Confiaban en Churchill, pero esto no había hecho más que empezar y aunque nadie se atrevía a decirlo, la mayoría temían a los alemanes.

Una patrulla de la Wehrmacht esperaba con sigilo. Sabían que alrededor de las nueve de la noche la camioneta enemiga pasaría por allí.

Cuando el oficial, agazapado entre los arbustos, escuchó el traqueteo de las ruedas, levantó el brazo y el resto de los compañeros se pusieron en guardia.

De la nada surgieron los primeros disparos. El conductor intentó acelerar, pero una de las ruedas reventó, paralizando el vehículo. Los hombres bajaron a trompicones y se tiraron al suelo parapetándose detrás de la camioneta.

Dos de ellos fueron alcanzados mortalmente. El oficial dio la orden. Oliver tenía que ir primero hasta el  extremo de la camioneta y desde allí cruzar hasta la primera hilera de árboles.

A la señal, echó a correr mientras el oficial lanzaba  un tiro al aire para captar la atención del enemigo.

Cayó sobre unos matorrales. El certero disparo hizo salir la sangre a borbotones. Había sido alcanzado por dos balas que hicieron  blanco en el brazo y en su pierna derecha. De pronto, el rugido ensordecedor de un vehículo paralizó, de momento, el fuego cruzado.

En cuestión de segundos los hombres que se encontraban en el interior comenzaron a disparar a bocajarro. Tres soldados alemanes cayeron mientras que los cuatro restantes se batieron en retirada a la señal de uno de ellos.

—Oliver, ¿se encuentra bien?

Con gran dificultad entreabrió unos ojos cansados. Miró a la mujer pero no dijo nada.

—Llámeme si necesita algo. Estaré en la sala de al lado—. Se dio la vuelta y apenas había comenzado a andar cuando el chico la llamó.

—Quédese, por favor.

 Ella acercó un pequeño taburete y se sentó a los pies de su cama.

 —Mi hermano murió en la emboscada. Todo fue tan rápido que al principio ni me di cuenta. Sólo lo pude ver un instante cuando entre dos compañeros me llevaron hasta el camión—. Oliver se echó las manos a la cara y ahogó un sollozo.

 Un  relámpago iluminó, por un instante, toda la habitación y a Alice le dio tiempo de ver  mejor el rostro de Oliver. Se le encogió el corazón. Era la imagen de la tristeza.

Sobre mí

Nací en Zaragoza, donde cursé los estudios de Filosofía y Letras, escogiendo la especialidad de Historia del Arte.
Aunque la vida me llevó por los derroteros de la empresa, nunca he abandonado mi pasión por aprender a escribir, algo que hice con Sergio del Molino. Más tarde tuve la inmensa suerte de realizar un Máster de creación literaria.
Actualmente estoy escribiendo una novela ambientada en la Segunda Guerra Mundial, que espero vea la luz algún día.


Foto: Uxugun / Unsplash